Sin pensar ya estaba en la casa de Coyoacán del Hermanito, curandero, hijo de Pachita, descendiente directo de Cuauhtémoc, así sus credenciales, acompañaba a mi mejor amigo Luis, él preocupado, pensaba que estaba “embrujado” con un mal de ojo. Luis ha tenido muchas relaciones, de las cuales algunas de ellas seguro acabaron enojadas con él, pero embrujos para hacerle daño, debe haber mucho dolor, mucha furia para poder tomar esa decisión, seguro él hizo algo muy fuerte para que pasará así o pensó en esta opción por su, en ese entonces, racha de mala suerte.
En el patio, como diez personas haciendo fila, todos sabían a lo que iban menos yo. Al momento de ingresar te daban un bolígrafo para apuntar tu nombre en una libreta donde ellos llevaban el registro, ambos nos registramos, lo hice por amistad, para darle ánimo. La casa no tenía nada en especial, solamente la gente es que estaba a la expectativa, y Luis claro, esperando para sacarse la duda.
Lo que sabíamos por amigos de los amigos, es que El Hermanito podía en casos extremos hasta cambiar la sangre completa para curar a gente de VIH, así también podía sacar tu corazón para poder curarlo mientras tu veías esa imagen y después, claro regresarlo a su lugar sin hacer alguna escisión, datos e imágenes que impresionan a cualquiera, dignas de la mejor novela de surrealismo mágico latinoamericano, y bueno, a esa hora y día, nos citaban solamente para hacer diagnósticos, teníamos que entrar a una sala de consulta, la cual, era un cuarto en la esquina de una estancia grande, dónde estaban colocadas algunas mesas de tamaño similar. Íbamos uno por uno, y cuando me tocó mi turno abrí la puerta, entré a un espacio bañado de niebla vaporosa donde sólo se veían las siluetas de algunas personas, cuatro de ellas “cuidaban” al hombre del medio, más alto y grueso, se sentía fuerte, no se alcanzaban a ver los rostros por la iluminación, le dije por qué venía: “Creo que alguien me ha trabajado, es una sensación sobre todo al tomar decisiones importantes”. Pensé después, al bote pronto, que mejor tenía que ir a un psicólogo pero bueno, sabía que mis palabras no iban a trascender.
Él, después enviaba a un asistente para decirte el diagnóstico escrito en un papel, donde te establecía una fecha para la “operación” de tu mal y te daba una receta para que compraras un té en uno de los cuartos de la casa, si estabas bien no te daban papel.
La verdad, es que yo no tenía ningún tipo de ansiedad o expectativa, pasaron los minutos y la tarde ya pintaba azul pastel, las voces de los concurrentes se perdían en medio de historias personales sin ton ni son. Una persona se nos acercó, y me dio un papel y para sorpresa de los dos, a él no le habían entregado nada. Leí mi papel: 10 de Octubre, 17 horas, operación en los testículos, venir bañado y sin comer, tomarse el té número cuatro todos los días, una taza por la mañana y en la noche antes de las comidas. Eran 3,500 por el servicio.
Yo era el que tenía un trabajo sin saberlo ¿Sería verdad? lo más fácil es que los dos nos hubieran dado un papel para venir a “arreglarnos” pero, así le daba cierto grado de veracidad o ¿Era un juego mental nada más?
Otra pregunta empezó a rodar por mi cabeza ¿Quién me pudo haber deseado mal?
Pasaron los días, estaba en la cocina preparándome un café y recordé otra ocasión, a la cual no le había dado mucha importancia hasta ahora, como unos cuatro años antes, estaba caminando en la calle, y así sin más se me acercó una señora, con el rostro demasiado marcado como una caricatura japonesa, todo en su rostro se exageraba, su nariz, arrugas, labios, me dijo que yo estaba trabajado, que me habían enterrado, yo espantado no sabía qué decirle, me pidió que le comprará un huevo, lo compré, después, ella lo tomó entre sus manos y pasó sobre mí de manera rápida, lo rompió en sus manos y de en medio salió en diente, dijo: “Este eres tú, acá está tu rostro” en el diente estaba una cara dibujada con trazos sencillos, básicos y arriba del diente le salían cabellos, me espanté y me dijó que ella me ayudaría a vengarme y revertirlo, pero le dije que no me interesaba, que no tenía dinero, se alejó rápidamente pero me dejó el diente. Obvio, lo tiré.
Ya eran dos situaciones similares, y en mi cabeza sólo rondaba quién podría haberlo hecho, alguna vez, en la prepa tuve una novia de descendientes españoles, gallegos, que vivían en Azcapotzalco, ella, recuerdo, hizo un dibujo dónde yo estaba atado de manos al principio de un túnel o cueva, se veía el cielo atrás. Terminamos y ya no supe de ella, el dibujo lo tiré a la basura. No me imagino que ella pudiera hacer algo más allá de ese dibujo.
En pláticas con amigos que van del mismo tema, algunos mencionaron que en las familias, en el trabajo, si es que te tienen envidia o furia pueden hacer hechicería para que te vaya mal. No lo sé, igual nací así y estoy pagando algo de una vida pasada. El mal de ojo es tan voluble, subjetivo, que sólo es posible si crees en él, y yo no creía, pero después de esto sólo me queda dejar abierta la puerta a estas nuevas ideas y experiencias.
Llegué al día acordado, pagamos al entrar, nos dieron unas instrucciones, dónde nos quitamos la ropa para darnos un tipo de sábana gruesa blanca que simulaba una bata, éramos más de 30 personas, y nos colocaron en la estancia en donde estaba el cuarto del diagnóstico, lo recordé por las mesas que estaban apiladas, pasábamos en grupos de 5 personas, y me recosté en una de ellas, yo no veía que estaba pasando al lado, sólo me concentré en lo que me iba a pasar. Llegó mi turno, levantaron la bata y pidieron que recogiera mis rodillas, el Hermanito puso una de sus manos en mis testículos, escuché algún tipo de rezo en un dialecto que no reconocí, y me volvieron a tapar con la sábana, literalmente me envolvieron por completo, a su partida el Hermanito dejaba un casi imperceptible halo a copal, a hierbas de monte que sólo había olido en cementerios a las afueras de la ciudad, sus ayudantes me dijeron que no podría caminar durante tres días, que me tendrían que ayudar a hacerlo. Luis y los ayudantes, gracias a la sábana, lograron colocarme en el auto, estaba sin fuerzas, como si estuviera deshidratado, algo mareado.
Al ir por las calles me di cuenta que tenía mis cinco sentidos totalmente abiertos, los olores se acrecentaron a tal grado que debía parar a veces de respirar para saber qué estaba pasando. Los colores eran todos más brillantes, podía ubicar los diferentes tonos de verde de los árboles, mi piel estaba muy sensible y a cualquier revire del volante yo sentía como si el auto de al lado nos fuera a pegar, al transcurrir de los días las sensaciones bajaron de intensidad regresando a la normalidad. No podía caminar, tuve que pedir prestada una silla de ruedas, ir al baño era el peor momento, sobre todo a mear, me sentí vulnerable, ya al tercer día pude recobrar cierta fuerza en las piernas y empecé a andar otra vez.
A partir de ese día todo cambió, voy de catarsis tras catarsis, lloró por escuchar canciones, ver películas, el escuchar una frase emotiva o ver una escena fuerte que se refieren a algún pasaje de mi vida y me da por llorar. No he parado, día a día me sucede, en el trabajo, en reuniones con la familia, amigos, lavando trastes, caminando, es llorar sin control, cómo si se hubiera abierto una llave de paso a miles de sentimientos guardados.
Sí, pasaron algunos meses y me dejó de importar quién lo había hecho o lo que los otros pudieran pensar, más bien era la idea de estar rodeado de gente, conversar y saber que en cualquier momento podría estallar en catarsis al más mínimo movimiento, sonido, palabra, y después, abandonar la conversación, fue entonces que dejé ir a las reuniones, conseguí un trabajo desde casa y me cambié de residencia a otra ciudad.
Esta situación me obligó a empezar una nueva vida, en realidad soy otro tipo, uno que llora demasiado, pero ahora, sin pensar, en esta ciudad, me encontré con gente que llora también, cada uno lo hace por sus muertos, por sus fantasmas, por sus alegrías, por el goce, yo lo hago por no recordar haber llorado alguna vez.